"La dificultad no debe ser un motivo para desistir sino un estímulo para continuar"

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Agonía

AGONÍA. Jorge Muñoz Gallardo. Tío Lucas se moría, desde hacía cuatro meses que estaba muriendo. Pasaban las horas, los días y las semanas, y tío Lucas seguía agonizando, sin cederle a la muerte. Sus tres sobrinos, únicos parientes, esperaban con creciente ansiedad, A había contraído grandes deudas, B soñaba con un viaje a Europa, C acababa de contraer matrimonio y la herencia le venía muy bien. Pero el viejo continuaba agonizando, a pesar del tiempo, como si quisiera burlarse de la vida y de la muerte. Entonces los tres sobrinos se reunieron para analizar la situación. Creo que podríamos acelerar el proceso, dijo A. ¿Cómo?, preguntó B. Tal vez, intervino C, podemos cambiar los remedios, o alterar las dosis. Excelente idea, dijo A, con una sonrisa surrealista. Enseguida los tres se dieron a la tarea de organizar la acción. A la semana siguiente llegaron a la casa del tío Lucas, hablaron con la enfermera que lo cuidaba y con el pretexto de subirle los honorarios, B y C la llevaron a otra habitación, mientras A se quedaba en el cuarto del viejo que parecía dormir respirando con suavidad. A cambió las píldoras del frasco que estaba en la mesita de noche, luego se detuvo un instante para mirar al viejo que movió lentamente la cabeza apoyada en blandos almohadones y abriendo los párpados contempló a su sobrino con esos ojillos de tortuga, bordeados de arrugas, redondos y grises, siempre burlones y misteriosos. Hola tío Lucas, dijo A, intentando ocultar su incomodidad, es un gusto verlo reposar. El viejo parpadeó varias veces y sonrió dejando a la vista una boca desdentada, después volvió la cabeza y siguió durmiendo. Cuando los tres se marcharon, la enfermera entró en la habitación del viejo y le administró el medicamento, y se fue a la ventana que daba al jardín para pensar en sus nuevos honorarios. El viejo la vio salir y torciendo el cuello escupió la pastilla que había retenido bajo la lengua. Por la tarde los tres sobrinos se reunieron en la casa de B a esperar el llamado telefónico de la enfermera informándoles el deceso del viejo. Pero las horas pasaban y el teléfono continuaba en silencio, sin poder resistir la impaciencia B cogió el aparato y marcó el número del tío Lucas, la voz de la enfermera resonó dulce y alegre al otro lado de la línea: “Su tío ha dormido bien, ahora está despierto y bebiendo un jugo de naranjas que le di hace unos minutos”.

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